Costa del Mar Negro

La costa búlgara del Mar Negro es un popular destino veraniego para turistas alemanes, británicos y rusos. Acuden especialmente muchos jóvenes en busca de sol, playa y bajos precios para emborracharse a gusto. La explotación urbanística sigue descontrolada y la fisonomía de muchos pueblos se ha transformado por completo dejando paso a grandes bloques de apartamentos, parques acuáticos y hoteles de playa.

El sol y el verano se encargan de mover toda la economía de la costa del Mar Negro y en invierno, muchos pueblos parecen abandonados. Casi todos los hoteles y restaurantes permanecen cerrados entre los meses de noviembre y marzo. En muchos es casi imposible encontrar un sitio abierto para comer. Es algo parecido a lo que ocurre en algunos pueblos de la costa española, que también entran en letargo durante el invierno, pero mucho más exagerado. Hay que decir que el tiempo que nos acompañó ese día, con lluvia, frío e, incluso, nieve, también contribuyó a dibujar una imagen desangelada de la costa.


Una copiosa nevada nos acompañó al principio de nuestra ruta por la costa.


Un alto en el camino.


Quedan, sin embargo, algunos pueblos tradicionales que han sobrevivido con más o menos éxito a esa transformación urbanística. Nesebar es uno de ellos. Se encuentra en una pequeña península rodeada por el Mar Negro y solo se comunica con el continente por una estrecha carretera.

En Nesebar todavía se pueden contemplar algunas casas antiguas de madera y las de nueva construcción intentan respetar el estilo tradicional, revistiendo sus fachadas también con madera. El pueblo fue fundado por los griegos y cuenta con algunas ruinas de la época romana.

Otro de sus grandes atractivos reside en las iglesias y diminutas capillas, algunas de la época bizantina, que salpican las callejuelas del centro histórico. Hay más de 80 pequeños templos en Nesebar. En verano suele estar colapsado por los turistas y sus calles están repletas de tiendas de souvenirs. En invierno tiene un aspecto más auténtico y tranquilo.


Carretera de acceso a Nesebar.


Costa de Nesebar.


Barcas en el puerto de Nesebar.


Muchas barcas están fuera del agua en invierno.


Calles empedradas en la ciudad vieja de Nesebar.


Estrecha callejuela de piedra.


Una casa tradicional de Nesebar.


Iglesia bizantina, en Nesebar.


Fachadas de madera en una bonita plaza.


Otra pequeña iglesia de Nesebar.


Una calle más moderna, en el centro de Nesebar.


Panorámica de Nesebar.


Barcos en reparación.


El litoral de Nesebar.


Desde Nesebar continuamos la ruta por la costa hacia el sur. Dejamos de lado la ciudad de Burgas y seguimos hacia Sozopol, otro pueblo muy parecido a Nesebar. También se encuentra en una pequeña península que se adentra en el mar y cuenta con casas tradicionales de madera. No tiene tantas iglesias como Nesebar, pero cuenta con un precioso paseo sobre acantilados que cuelgan sobre el mar y que ofrece fabulosas vistas.

En Sozopol también estaba casi todo cerrado por el invierno. Nos alojamos en el hotel Selena, uno de los pocos establecimientos que permanecen abiertos todo el año. La habitación doble con desayuno nos costó 35 euros. Tiene wifi gratis en recepción, pero no en las habitaciones. No tiene parking, pero una ventaja del invierno es que se puede aparcar en la puerta. También acabamos cenando en el restaurante del hotel ante la falta de alternativas fuera. No es caro y está bastante bien. En verano, tiene una terraza junto a la playa.


Las olas rompen contra la muralla de Sozopol.


Panorámica de Sozopol.


La abrupta costa de Sozopol.


Calle principal de Sozopol.


En Sozopol también hay viejas casas de madera.


Calles empedradas en el centro histórico de Sozopol.


Más fachadas de madera.


Las iglesias búlgaras cuelgan fotos de los difuntos. También se cuelgan en las puertas de muchas casas.


Calle del centro de Sozopol.


Leña amontonada para el invierno.


Playa de Sozopol.


Panorámica de la ciudad nueva de Sozopol.

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